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LAS NIÑAS

Actualizado: 12 dic 2020

Por: Mar Carmena / @mar.carmena


Tránsito y contraste. Cuando lo de fuera no corresponde con lo de dentro. Observar esa figura poliédrica que es la realidad con los ojos inocentes que están amaneciendo. Pilar Palomero consigue trasladar a todos esos momentos pequeñitos que vivimos en la preadolescencia. La chiquita gran rebeldía. El descubrimiento de países que crecen y metamorfosean fuera y dentro de una.


Pero también esa retención, todas las cuerdas que atan al qué dirán, a la silla del saber estar y de las niñas bien. No llegar tarde. Hacer el amor al servicio de Dios. Confesarse. Sentir la culpa o inventársela si no se encuentra por ningún cajón del cuerpo. Expiarse. No ser más que la mujer que imaginaron de ti. También es todas esas víctimas que quieren y no pueden. Que no tienen tiempo para la modernidad porque están ocupadas con la supervivencia. Mujeres que han sido juzgadas y sufren de miedo crónico por lo injusta que fue su estancado y hostil entorno con ellas.


Es una entera contradicción que fluctúa de unos entornos a otros. Como si cambiando de cuarto y compañía se cambiara de pronto de mundo. De universo, incluso.


Es un álbum de miradas de una infancia que ya ha crecido demasiado. Una mudanza que emerge desde dentro y se revoluciona fuera.


Todos esos detalles con los que nos sentimos tan identificadas. La cotidianidad y el intimismo que, sin excentricidades, dice mucho más que una gran producción: abrazos, ojos redondos como platos, silencio, insomnio.


[Las niñas, Pilar Palomero - 2020]

No he podido evitar acordarme de hace años. De todos los miedos y prejuicios que me astillaban. De lo que tuve que empezar a deshilar para reaprender. Pero también me acuerdo de la hermandad que ya se empezaba a forjar con mis amigas. De esos rituales en el colegio que nos tomábamos a risa: sacudirnos el gris plomo de la frente el miércoles de ceniza, colarnos en el patio de las lechugas de las monjas y que se nos pusiera el corazón a mil. Y por otra parte, del descubrimiento de la sexualidad, de la fiesta y de nuevas libertades. De un mundo entero que nos saludaba y prácticamente nos podía tocar.


Las cuerdas vocales entonando la voz propia.

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