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LA ÉTICA Y LO MACABRO

Actualizado: 17 dic 2020

Por: Maya Taylor García / @mayataylorgr


El tacto placentero del pelo lacio, del terciopelo, de una piel fría en medio de una ola de calor. La melodía de esa canción que no puedes sacarte de la cabeza, o de esa voz aterciopelada que te susurra al oído, tan cerca que hasta puedes sentirla en tu piel. El olor característico de tu hogar, de la lluvia al caer o incluso el de la gasolina al repostar. El sabor de las croquetas de tu abuela, y saber que cuando ya no esté, esa sensación se irá con ella. Y observar, sin intentar ver nada, o viéndolo todo. Los sentidos nos permiten percibir, ver, oír, tocar, saborear, oler… sin ellos no entenderíamos nada, ni viviríamos nada. Pero hay algo más, algo que nos permite conectar con las sensaciones: el intelecto, o el cerebro, la mente o como lo queramos llamar. Hay algo, ahí, dentro de nuestra cabeza y recorriendo todo nuestro cuerpo que hace las conexiones. Y asocia, sensaciones a sentimientos. Asociamos canciones y sonidos a momentos, olores a lugares, sabores a culturas, rugosidades a objetos.... Y esas asociaciones son tan únicas y personales que lo que para unos puede ser un olor bonito, para otros puede ser el olor más triste del mundo.


Quizás a mi me guste el olor a gasolina porque nunca he perdido a un ser querido en un accidente de tráfico. Y puede que dejen de gustarme las croquetas cuando mi abuela ya no esté. O quizás a alguien también le guste el tacto de la piel fría, pero no por el escalofrío que produce, sino por el placer de saber que ha infligido dolor a una persona hasta absorber todo su calor y dejarla sin vida.


La mayoría de las personas tienen muy claros los conceptos del bien y el mal. Desde que nacemos nos dicen que matar es malo, y no lo hacemos. De vez en cuando, algún individuo, sádico y psicópata, discrepa con esto. También la historia nos ha dejado momentos en los que la ética era completamente diferente. Hay casos que no nos pillan tan lejos, como los experimentos con humanos que diferentes autoritarismos permitieron, aunque para ellos no cualquier ser humano, sino aquellos que consideraban inferiores o simplemente irrelevante.


No hace falta irse a casos tan extremos para comprender que la ética y la moral son en parte conceptos culturales, construcciones sociales destinadas a frenar nuestros instintos, pulsiones y deseos. En Roma, persona eran solo aquellos, hombres, que eran libres, ciudadanos romanos y cabeza de familia. El resto carecían de derechos y libertades. Con la llegada del cristianismo el concepto de persona cambió, y pasó a considerarse persona a todos los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios y por ello, dignos. ¿Cómo íbamos a ser diferentes si todos procedíamos del mismo sitio? Pero la evolución del concepto no supuso un gran cambio en el trato y las costumbres. Hace apenas un mes que el Zoológico del Bronx se disculpaba por haber expuesto hace 114 años, junto a un orangután, a un niño pigmeo. Porque en ese entonces, no todas las personas valían igual, y quizás tampoco ahora, a pesar de las cartas de derechos humanos y el desarrollo de una ética en constante revisión. De hecho, a ojos de parte de la especie humana, el resto de seres vivos del planeta no merecen el mismo respeto que nosotros.


Los placeres pueden ser deliciosos y no hacer daño a nadie. Pero como casi todo en este mundo, depende de la percepción y el punto de vista. Puede que los circos ambulantes que exhibían a personas que se alejaban de “la normalidad” crearan un deleite y un entretenimiento inmenso en los espectadores. Pero quizás esas risas, asociadas normalmente a la diversión, no lo eran en absoluto para la otra parte y causaban un daño difícil de curar. Puede que a los “científicos locos” les pareciera que experimentar en humanos, en unos cuyas vidas no eran puras, se justificaba con la cantidad de vidas que podrían salvar o mejorar después. Y lo que a un sádico le reporta un placer inmensurable, necesariamente causara un dolor horrible a otra persona.


La crueldad es una parte intrínseca del ser humano, en mayor o menor medida. Y no es más que un deleite, producido no por algo “bueno” sino por el dolor de otros. A veces me pregunto cómo sería el mundo sin ética, sin conciencia ni límites. Desde luego, un paraíso desde el plano personal, poder hacer lo que quieras, cuando y como quieras, sin tener un runrún en la cabeza tras haber cumplido tus deseos más oscuros. Coger lo que te apetezca, vivir como te apetezca. Quizás si no viviésemos en sociedad y dejásemos a nuestro apetito interno actuar, todas las personas seríamos monstruos a ojos de la sociedad que nos mira ahora.


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