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El luchador de las causas perdidas
Por: Marina Barrero
Las personas comprometidas con una causa política suelen sentir vergüenza de las contradicciones surgidas a raíz de su convivencia en el sistema con el que no comulgan. Este complejo perturba la participación del activista en la lucha colectiva.

A mi entender, no hay cuestión que exhiba mejor la irracionalidad del ser humano que su ubicuo pensamiento respecto a sí mismo. No me refiero a una reflexión sobre la humanidad como especie, sino al soliloquio crítico y voraz que cada uno traza y que nos lleva a tratarnos mal.
Precisamente, lo que critica el personaje de Adrien Brody en Detachment; película muy recomendable. Se trata una valoración opinativa sobre algún aspecto de nuestra vida en el que tenemos dos formas de pensar o de actuar y que son opuestas entre sí. De manera irremediable, esta evaluación engañosa nos genera malestar e incomodidad, al final, nos hace estar acomplejados y sentirnos hipócritas.
Algún ejemplo de este castigo que tanto nos imponemos puede apreciarse desde una perspectiva feminista. Sucede, cuando alejándonos de la sororidad y de una visión colectivista de la feminidad, muchas de nosotras exigimos para las mujeres el cumplimiento de unos cánones de belleza para después, infundirnos el descuido de nuestra estética en favor de romper con la opresión de género. Sin duda, es síntoma de una dualidad mental abominable.
Más allá del ejemplo feminista, le negación de que llevamos a cabo dobles relatos o acciones que criticamos pone de manifiesto la no asunción de las incoherencias para con lo correcto en términos políticos. Con ello, pienso que nadie podría tirar la primera piedra. No obstante, el abrazar esas contradicciones y percibirnos como un devenir y no como una carta de presentación o como un currículum será lo único que nos lleve a alcanzar objetivos reales, si queremos mejorar nuestra realidad inmediata.
Sin demorarse mucho, se puede intuir que conseguir este cambio de mentalidad puede resultar muy farragoso; los escollos no serán pocos y habrá quien será acusado de traidor y sometido a un juicio moral por las personas que comparten su mismo imaginario político. Sin embargo, aquellos que acepten sus limitaciones se percatarán de que estas son inexorables en un contexto en el que estamos maniatados desde todos los vértices del sistema.
Transformar las incoherencias
En este terreno, por una parte, encontramos el abordaje de nuestro potencial como seres humanos. Es decir, el entender que somos seres imperfectos e insignificantes, pero, que nuestras imperfecciones son volátiles. Si la esposa de Lot huyera de Sodoma infinitamente, no siempre miraría hacia atrás, puesto que el ser humano es ilógico y sus aciertos y errores no siempre son predecibles, ni tienen porque repetirse en el tiempo para siempre.
Como leí no hace mucho del doctor Pinel, si los humanos somos los únicos que tropezamos mil veces en una piedra, también, somos los únicos capaces de analizar qué nos ha hecho caer y cómo podemos superar esa adversidad.
Por otra parte, es esencial ser coherentes en nuestra toma de decisiones, pues pueden tener consecuencias inesperadas al hilo de la agridulce característica que nos define y que acabo de comentar. Es recomendable analizar esas decisiones para comprobar si van en la línea de provocar un cambio plausible y pueden ser abarcadas. Ese compromiso debe nacer del consenso con otras personas con las mismas necesidades o aspiraciones. Lo creo así porque esa acción de consenso es lo único que nos conducirá a un propósito de acción realista.
Así que, el conocer nuestras ventajas y nuestros puntos débiles y que acojamos la idea de que no son inherentes a nosotros, así como el decidir cada día de forma proactiva el organizarse en torno a un movimiento es lo que debe primar. Nuestra fidelidad no está correlacionada con que se alcancen o no los objetivos propuestos.
El lastre que son los complejos
Siguiendo con el proceso de asimilación de las contradicciones, recuerdo que, hace unos meses, un amigo concluyó con la siguiente conocida consigna una desastrosa jornada muy poco productiva para ambos: “la actualidad siempre se impone”. Con ello, quiso sentenciar nuestra vergüenza por no haber llegado a cumplir con lo que habíamos prometido.
Cierto es que las personas concienciadas políticamente construyen, también, una fobia sobre no cumplir con sus principios de manera casi dogmática. No podemos hacer de la política o de la participación ciudadana en pro de un mundo mejor una religión o que ello nos lleve a ser esclavos de nuestros fracasos.
Tal vez, lo que es necesario para sumarnos a esta propuesta tan liberadora y que, sin duda, puede conducir a la formación de una verdadera transgresión y vanguardia de los cismas sociales necesarios, es que cada individuo trabaje por componer una autoestima sólida y alcance una vida ordenada. Por supuesto, tampoco está demás alejarse de los camaradas y compañeros que con su superioridad moral vapulean a los que si asumen sus límites.
Es más, el no quererse a uno mismo suele desembocar en este tipo de personalidades destructivas del activismo político: el vegano dogmático, el comunista que niega el feminismo, el antifascista que prioriza la caza a la autodefensa, la feminista de los feminismos… Estas personas serían en el triple de válidas, si su abnegación se sustentará en la ética y no en la moral.
En definitiva, es esencial deponer el complejo o la imperfección del luchador de las causas perdidas. La vergüenza solo es un lastre para el colectivo, esa que tanto amamos y que algunos consideran su estilo de vida. A la hora de participar en política, hay que tener en cuenta que estamos limitados por el sistema político y económico.
Por tanto, las metas que nos fijemos alcanzar o los cambios que queramos hacer en nuestro entorno tienen que ser alcanzables. De no ser así, nos llevaremos al autoengaño y a hacerle el juego al enemigo. Ya sabéis, compañeras, la revolución no será mañana.