EN LA SOLEDAD DEL BOSQUE
Actualizado: 12 dic 2020
Maya Taylor García
Inspirar y espirar. Un latido, y después otro. Un pensamiento y otro, superpuesto. Así hasta que dejemos de hacerlo. Bombear sangre, igual que respirar, igual que pensar, son funciones automáticas de nuestro cuerpo. El cerebro es una máquina imparable, implacable, siempre en funcionamiento, dirigiendo nuestro cuerpo, nuestras reacciones, nuestros instintos más primitivos. Y a veces, pensando aquello que preferiríamos evitar. Cierras los ojos y sacudes la cabeza, como si ese leve movimiento fuese a expulsar de alguna forma ese intangible que acaba de aparecer. Un paso, y detrás otro. Con cada crujido de las hojas aumenta el pánico. La oscuridad, la soledad, el silencio. Éste último resulta especialmete perturbador: la ausencia de sonido, al igual que la inceridumbre son a veces peores que cualquier presencia o cualquier certeza. En la oscuridad del bosque todo es posible y nada parece poder controlarse. ¿Habrá alguien ahí? ¿o algo? Estás indefensa, expuesta. Puedes quedarte quieta y esperar lo peor. Moverte, correr y huir. Pero ¿de qué? Arriba, en el cielo, a la luz de la luna solo ves opacidad, y ramas, muchas ramas que parecen abalanzarse sobre ti. Corres. Una zancada, y después otra. Escoges huir pero a cada paso solo encuentras más ramas, más brazos monstruosos tratando de ahogarte. Cada paso que das resuena en la inmensidad y te asusta. El sonido parece lejano pero está bajo tus pies. ¿Cómo has llegado a ese bosque? Ya no lo recuerdas. Se te olvida caminar y respirar. Eso que debía ser automático, eso que estaba bajo control ya no lo está. Tu mente y tu corazón palpitan a mil por hora. Imágenes de posibles situaciones llueven con fuerza, y también posibles desenlaces. Que harás, hacia donde huirás ¿tienes salida? Te sorprendes en medio de la noche dando vueltas torpemente sobre ti misma, como Blancanieves en el bosque de los siete enanitos. La situación te sobrepasa, te apagas y todo desvanece hasta el más puro negro.
Maya Taylor García